jueves, 3 de diciembre de 2015

La 'page six' española

Vaya por delante una opinión contundente: los programas del corazón me parecen bazofia. Pero oigan, todos tenemos alguna vez ese momento de desficio -llámese enfermedad, aburrimiento o vejez- en el que acabamos hojeando revistas de cotilleos o el zapping nos lleva a ese subgénero -subsubsubgénero- del... ¿periodismo? llamado "crónica rosa". Y ocurre una cosa: que esto es España.

Estados Unidos es una fábrica de actores, alfombras rojas, galas benéficas y demás imanes para los flashes y los vestidos de Elie Saab. Pero tampoco es que la 'page six' americana se pueda nutrir todos los días de socialités y gente con oficio y beneficio. Mientras que allí son las Kardashian -indiscutiblemente- las famosas más denostadas y a la vez seguidas, en este nuestro país nos tenemos que "conformar" con toreros, mujeres de toreros, tonadilleras e hijas de tonadilleras. ¡Olé!



Lo de las Kardashian puede ser comprensible: tienen un reality, Kim está casada con Kanye, Khloé con Lamar Odom, Kendall desfila para los grandes y es superamigui de varias it-girls, Bruce ahora es Caitlyn, y Kylie... bueno, dejémoslo en que tiene mucho "morro".



Pero que alguien me explique por qué, ¿¡POR QUÉ!?, prácticamente todos los días abren el programa del Corazón de La 1 -televisión pública- los hijos de la Pantoja o los de Ortega Cano. O la propia Pantoja, que está en la cárcel, o el propio Ortega Cano, que atropelló ebrio a un pobre señor. ¿Es que no tenemos más "famosos"? ¿Tenemos que pagarles entre todos la publicidad a estos personajes célebres en la época de nuestras abuelas y perpetuar el negocio para sus vástagos?

El programa ocupa media horita cada día, y en general con piezas chorra con titulares como "Mujeres de bandera" -en la que, por supuesto, es de inclusión obligatoria el vídeo de la Duquesa de Alba marcándose una sevillana en su boda con Alfonso Díez-, y eso son muchas horas al año de televisión que se podrían dedicar a documentales, debates, reportajes o incluso programas de entretenimiento -no, España Directo no cuenta-.

Pero en fin, qué vamos a decir de La 1. Ese canal que le pone un programa a Bertín Osborne -otro símbolo de la época de mi abuela- para que coma y beba mientras charla con personajes tan variopintos como la nieta de Franco -a todos los interesa saber si alguna vez se ha enamorado esta señora-, un torero y su mujer -y que no falte el momento cocina, lugar donde ellas mandan y ellos ejercen de obedientes y condescendientes caballeros-, el hijo de Suárez, el líder del PSOE y... sí, amigos, el presidente del Gobierno.



Eso es así: aquí juntamos la 'page six' con las páginas de política. No sé si por falta de famosos y exceso de políticos, o viceversa. Yo, visto lo visto, apago la tele y me quedo con las Kardashian.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

En medio del griterío

Cuando volví a mi país este verano pensé que, al menos, a pesar de la lacerante coyuntura económica que pronto me iba a hostigar, tendría un breve descanso para relajarme y disfrutar de todo aquello que ser becaria casi non-stop los últimos dos años me había dificultado. Por falta de tiempo, básicamente. Una de esas cosas era la literatura. Nunca me han gustado las imposiciones de ningún tipo, y estoy convencida de que "conminar" a los jóvenes a leer novelas de otro siglo en las escuelas muchas veces les apaga la curiosidad, en lugar de encendérsela. En la carrera, comprensiblemente, los libros académicos tienen prioridad. Y cuando trabajas... En fin, que en medio de toda esta sarta de excusas para autojustificar mi escasa lectura en los últimos tiempos, me topé con un artículo que decía que Stephen King lee 60 novelas al año, de media.

Las cifras de King, fabricante de bestsellers indiscutible, estaban a años luz de las que tengo apuntadas en una humilde lista en la puerta de un armario, y que intento dignificar cada año desde 2011 con títulos nuevos. Acuciada por la tendencia descendente de mis números, decidí aprovechar esa importante institución pública que es la biblioteca, y me sorprendió gratamente que a nivel autonómico se hubiera creado un catálogo de ebooks y una app que, por cierto, no parece conocer mucha gente y que ni la misma bibliotecaria sabía utilizar. Las nuevas tecnologías, ay.

Así que en esta temporada estival he leído ya tres libros gracias a la app de eBiblio: "El verano sin hombres", de Siri Hustvedt; "Matar al padre", de Amélie Nothomb; y, anoche mismo, "Música para feos", de Lorenzo Silva. Confieso que tras leer la novela de Hustvedt, uno de mis criterios para elegir es el número de páginas: cuantas menos, mejor (pero sin caer en el folleto, claro). Noto que cada vez me resulta más fácil leer: sin ir más lejos, "Música para feos" la he devorado en dos noches, apurando las vacaciones.

En medio del griterío, del incesante flujo de información que nos sobreestimula desde múltiples pantallas (móvil, tableta, portátil, televisión...), he encontrado un pequeño remanso de paz en la literatura. Lo siento como un "volver a mí misma", sin imposiciones (o sin más imposiciones que las que yo quiera). Pero, en medio del griterío, también caigo en el vicio contemporáneo que tanto repudio. Siento ganas de unir mi voz al batiburrillo, de que también se me oiga: "He leído esto, era bueno", o "esto era una bazofia". En medio del griterío, ya no sé si leo por el placer de leer o por el de engrosar aquella raquítica lista pegada en la puerta de mi armario. Y decírselo a todo el que lo quiera saber.

lunes, 10 de agosto de 2015

Instrucciones para ser un "enfant terrible" de las ciberletras

¿Busca usted reencarnarse en un neopoeta maldito? ¿Fantasea con ahogar sus penas en un old-fashioned -como haría Don Draper-, enfundado en su mejor traje ante la barra del peor tugurio de su globalizada ciudad? ¿Y después volver a casa y escribirle a esa atractiva y misteriosa anónima -una de tantas- que le contesta a sus inteligentes entradas del blog con igualmente sagaces disertaciones? Pues está de suerte, no es el único. Y los que lo han conseguido comparten las siguientes tretas:



1. Hable de usted. Evoque a un galán de película en blanco y negro, a un caballero educado y distinguido cuyo encanto relega la apariencia física a un segundo plano. Es usted un Humphrey Bogart, un Cary Grant, un Marlon Brando (aunque no conozca ninguna de sus películas). Dato importante: Miguel Ángel Silvestre en "Velvet" no vale.

2. Escriba sobre sentimientos, pero no lo haga demasiado dramático. El romanticismo europeo está sepultado bajo toneladas de novelas de Federico Moccia. ¿Para qué aspirar a ser un Lord Byron o un Víctor Hugo cuando puede conseguir el mismo efecto con un cuento pseudotrascencental? Acuda a los lugares comunes: el inolvidable amor salado de verano, la mirada de aquella chica en el metro y el futuro soñado, la dolorosa ruptura que acaba siendo un nuevo chapuzón en el amplio mar (lleno de peces). Los finales abiertos las dejarán suspirando con ser las protagonistas de su trabajado relato.

3. Contrarreste las dosis de cursilería con algunas palabras malsonantes. Recuerde: tras su faceta de galán se esconde ese tipo duro que desea ser. Con adjetivar algunos sustantivos con "puta" y "jodido" bastará, aunque puede adoptar también aquellas entrañables muletillas de antaño: "diantre", "canastos", "repámpanos". Si no tiene la suerte de poder consultar a sus abuelos, Google lo sabrá.

4. No olvide que regalar la vista es un plus. Adjunte alguna imagen de estética vintage y tema romántico-aventuroso y conseguirá el "packaging" perfecto para su objetivo. Mejor todavía si es una foto antigua. Todos queremos tener de esas en el álbum.